El Invitado | 12 JUNIO 2010

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NOCTURNO
Rafael Alberti / Paco Ibañez


Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras.

Balas. Balas.

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

Balas. Balas.

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla.

Balas. Balas.

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.







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Sebastián Mancuso | 12 JUNIO 2010

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Debo interrumpir esta frecuencia etérea, debo irrumpir en la emisión radial de estos hacedores porque una búsqueda más apremiante aqueja mi destino. Estoy buscando mi voz. ¿Es ésta mi voz? ¿Dónde estás voz de las voces? ¿Voz, sos vos?

Voz, déjame decir a través de tu sonido para relatar la cara oculta de mi pasado milenario, la historia incierta de mis arrabales primigenios. Este es el relato que me nombra; soy el Traductómano de las 1001 lenguas. Mi acalculia crónica no me permite computar en años mi trashumancia sobre este planeta cocinado en polvo de estrellas. Adolezco además de una prosopagnosia congénita que me impide reconocer los rostros y los paisajes: ya ni siquiera me atrevo a mirar la noche por temor a ese universo insolente que pesa sobre mis ojos. En mi recuerdo sólo yacen, a veces letárgicos, otras insoportablemente vivaces, los idiomas que poblaron las orillas del río y los mares, aquellos que nacieron en las cuevas, que durmieron en la oscuridad de las catacumbas, que pregonaron por los caminos vírgenes de los primeros pasos humanos, pasos de la hierba fresca, de los lagos impolutos y de los depredadores más voraces. En mi conciencia dormitan las voces que conquistaron y las que nominaron a sus hijos, las que dieron vida y muerte a los hombres y mujeres del castillo, de las chozas y de las cárceles, las 1001 voces que eludieron el silencio y soplan junto al viento en el desierto. Estoy buscando mi voz.

Voy a enunciar entonces con esta voz la ignota paradoja de las voces: el conciliábulo de los historiantes babélicos ha detectado una incongruencia tan atroz como categórica… la gran torre pudo alcanzar los cielos. Las lenguas no se diferenciaron unas de otras por la ira y la enjundia de una deidad furiosa y resentida, las lenguas que fraguaron palmo a palmo cada rincón del mítico rascacielos jamás fueron iguales; las lenguas nacieron para ser diferentes.
Estoy buscando mi voz. En cada relato intento encontrar una pista que me devuelva al lugar de donde vine, que devele mi camino de regreso a Babel. Soy, y lo dije, el Traductómano de las 1001 lenguas. Moro en las bibliotecas y las calles, en las plazas y los templos urbanos donde se comercian los idiomas: los puestos atravesados por historias y relatos, las barrancas, los bares. Traduzco las palabras de palabras para regresar a mi tierra perdida, baldía, invisible. Escuchen. Escuchen las pistas que se cifran en este relato originario:

«…las mujeres y los hombres descuentenados pisaban la tierra húmeda y decían tierra; miraban los pájaros gritar y decían pájaro, tapaban sus ojos al mirar el cielo del mediodía y con una sonrisa en el rostro se decían unos a otros: sol… Pero uno de ellos se despertó un día sobresaltado por un mal sueño y, sin querer, articuló la palabra sueño. Al día siguiente todos dijeron ayer y con el paso del tiempo cantaron bajo la luz de la luna para recordar las noches antiguas y celebrar las lluvias, mientras unos monos parlanchines miraban desde los árboles y repetían asombrados todo aquello que las mujeres y los hombres decían…».

Estas tribulaciones primigenias sucedieron allá en el olvido ciego de la historia. Los descendientes de esas mujeres y esos hombres hoy caminan genuflexos y se locomueven por el mundo entero buscando esa misma voz que se me escapa entre los dientes, que supo atravesar los confines de la memoria y que poco a poco se fue callando en el mayor de los silencios.

Volverán a oír de mí, volverán a oírme. Seguiré buscando mi voz.








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Alejandra Atadía | 12 JUNIO 2010

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“Mago de los deseos”
- Deseo que estés aquí:
la condición vegetal de mi casa
abre las hojas enredadas
más cerca
más cerca de la noche
y unos ojos negros de familia
ahuecan la nueva palabra
que viene flotando por el río.
Inútiles manos que te venden
o te acarician
que te enlazan o desenlazan con cuchillos.
Palabra: ilusión que proferimos a través de los años
al tiempo de navegar a lo largo de la costa.
Yo te haré pública.
Te haré arcilla con las manos
te haré
un gesto mecánico y labrador.
Te haré pájaro.
Palabra, volarás.

- Deseo el movimiento irregular de los pueblos:
Mi pueblo es mi voz
y nadie sabe quién soy
sabe que deseo
como aquel grumete de los puertos
que atestiguó un sol rojo,
incandescente,
amarillo,
en el delirio del recuerdo que deseaba el río y su destino
como la canoa sobre el cielo pulverizado de estrellas.

- Deseo todas las salidas del sol:
Deseo las ventanas
y el margen inundado de sauces
una tristeza de párpados anónimos
babas blancas que registran los humanos cuerpos
colgaditos en el patio de mi rayuela:
un mapa de hacedores que vislumbran la vida y la otra
desde abajo y entre bocas de tiempo.

- Deseo mis deseos:
La cicatriz de mis oídos
de mi lengua
las rondas del crepúsculo
estoy aquí
aunque llueva tanto que no pueda escribir
aunque llueva tanto…
- ¡Oh Mago del Deseo
enredado en las estampas y las velas del mantel,
desea por fin!
¡Es tu turno!
¡Jugá, Julito, jugá!
Eso sí,
deberás olvidar el mapa de tus voces devoradas
entregar el pan y el sueño a los que aún no despertaron.
Pide,
mendiga,
arrastra tu vara
en el río turbio y triste de los que han olvidado el canto.
¡Oh Mago del Deseo, canta!


Un hilo pasajero desmembró la cuerda del viejo reloj. Y vino de todas partes la voz. Y hacia todas partes volvió. Y se hizo verso el puñal.
Y todas las bocas entonaron, entre las sombras de un vidrio esmerilado, otros deseos.








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Fabulaciones | 12 JUNIO 2010

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El Invitado | 05 JUNIO 2010

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ELEGÍA
Javier Heraud
en EL VIAJE. 1961

Tú quisiste descansar
en tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
en el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
es soledad entre los hombres
y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
en tu pecho sólo eran nuestras
de dolor entre tu llanto. Pobre
amigo. No sabías nada ni llorabas nada

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reir de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.

Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.

Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.

Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,

solitario y solitario.


Música:
Anacrusa | Elegía sobre un poema







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Fabulaciones | 05 JUNIO 2010

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Silvina Vital | 05 JUNIO 2010

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MICRO “LA LETRA VE”
a cargo de LA LICENCIADA "V”

Continuando con nuestro ciclo sobre la génesis… El tema de hoy refiere al Origen de los Hacedores.

Dicen que dicen que en esta historia de comienzos sin finales y finales sin comienzos todo viene transformándose desde otros tiempos. Que los espacios fueron primero terribles agujeros negros habitados por sombras que lenta y simplemente se desdibujaron en luz más tarde, y que los primigenios verdes gigantescos fueron abriéndose armoniosos y tranquilos con el devenir de la claridad, y que monstruos cuadrúpedos aparecieron luego, sólo para dormirse y nacer de nuevo en formatos más pequeños, hielos y hielos mediante.
Parece que es así. En esta historia de comienzos no se sabe muy bien quién dio el primer paso después del caos, pero se sabe que todo o casi todo fue de a poco organizándose, para ser paulatina y constantemente re-organizado, de modo que el orden ha venido mutando con el transitar de las eras -incluso en ocasiones camuflándose otra vez en caos; acaso caos y orden estén sometidos por igual a las mismas leyes transformadoras e intransigentes de los dioses.
Lo cierto es que en algún punto del orden o del caos, aburridos del mutismo de la nada, los dioses transformaron sus silencios en palabras: la esencia se plasmó en sonido y la cosa se hizo cosa al enunciarla.
Bien ya lo dijo el poeta…
“…el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.”

Y si de nombre está hecha la cosa, y no hay más cosas que las que tienen nombre, ha de ser necesario generar inventores, inventores de nombres, para recrear nuevas cosas; nuevos inventores para ser palabra y hacer palabras, iluminar el camino y alegrar a los dioses. Bienvenidos entonces los Hacedores de Palabras.

Señores, como dice Galeano: “HASTA AQUÍ”. 









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Graciela Tomassini | 05 JUNIO 2010

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La Araña en la Biblioteca 1

Es sabido que las bibliotecas, al igual que otras comarcas de este universo, tienen su fauna. Cunden en estos ambientes, generalmente cálidos, pródigos en pliegues y recovecos, especies bibliófagas como el famoso pescadito de plata y la polilla, cuyas costumbres predatorias perjudican los bordes de las páginas y la pasta de los lomos, lo que no sería nada si no incursionaran, como suelen, en las zonas de escritura, arruinando de manera irreparable hojas enteras. Para no hablar de otros parásitos cleptómanos que juegan de visitantes y nos confiscan estanterías enteras con una destreza inapelable. ¿Cómo combatir estos enemigos ínfimos pero no por ello menos nefastos? Adquiriendo una Araña.
Toda biblioteca que se precie debe tener su Araña. Casi siempre viene por propia decisión, porque sabe que en el ecosistema de la Biblioteca tendrá pingüe sustento. Si tarda en aparecer, habrá que atraerla, exhibiendo en el borde de los estantes algunas golosinas que exciten su gula. Si aún así vemos que pasa el tiempo y estamos faltos de Araña, habrá que cazar alguna y arrojarla sobre los lomos de los libros, donde bien pronto tejerá su querencia, constituyéndose en celosa guardiana de nuestro patrimonio bibliográfico.
Mi Araña es una Amaurobius tristisimus, pero hay que ver cómo se desempeña. Toda una fiera. No se queda sentada como una gárgola en el centro de su tela: sale intrépida a buscar a los bichos, colgada de su hilo como una trapecista. Lindo ejemplar de araña.
Cuando tiene la despensa llena, para no aburrirse, lee. Si no la veo por allí, rampante en su tela, es porque está metida entre las páginas de algún libro, saciando su apetito intelectual. Le gusta todo: novelas, diccionarios, tratados, ensayos, libros de cocina. Pero si tuviera que consignar alguna preferencia, diría que le tira la poesía. Es lírica, mi araña.
Le gusta compartir sus lecturas. A veces la veo comentando doctamente algún volumen con mi gata, pero lamentablemente todavía no sé en qué idioma se comunican. Algo de gato entiendo, por eso puedo decir que ésa no es la lingua franca que manejan. Al menos, sé su nombre: mi Musquina la llama Señorita Nancy.
Esta tarde, sin ir más lejos, estaban las dos de gran palique. La Señorita Nancy, sentada sobre El Libro de los Monstruos, de Wilcock. Si lo leyó, debe ser por recomendación de mi gata, que es fanática de Wilcock.
Voy y le pregunto a mi gata: ¿Qué opina Miss Nancy de Juan Rodolfo?
- Le encanta –me asegura la Musquina. – Dice que le hubiera fascinado encontrarse retratada en ese fabuloso monstruario. Sólo que ahí los monstruos son humanos.
- ¿Algún otro comentario?
- Si querés saber, vas a tener que esforzarte. No soy intérprete. Estudiá Araña y hablá vos con ella.
Y así me largó. Así que tendré que estudiar la lengua artrópoda, y espero aprender rápido, así cuento aquí las lecturas de Miss Nancy. Ahora la veo muy empeñada metiéndose entre las páginas de mi vieja edición de Las invitadas, de Silvina Ocampo.
¿Valdrá la pena enterarse de lo que Miss Nancy piensa de cada libro que lee? ¿O podré convencerla de que estudie ella el español, así viene personalmente a contar sus experiencias?
Ya lo veremos. Por lo pronto, tengo un par de semanas para tomar un curso acelerado.








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