Magalí Sigrist | Sin título

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SIN TÍTULO
Por Magalí Sigrist




Afilo mis dedos y recorto este momento; este instante sin historia. Será otra fotografía que tome mi alma para atesorarla en mi colección de suspiros revivibles. Este aroma, estos sonidos, estas luces. Será un tiempo sin tiempo, un cubo recortado del mundo que me llevo conmigo.




A veces no quiero jugar a la ronda y te suelto la mano. Prefiero esconderme. Siempre me gustó jugar al cuarto oscuro, ¿te acordás? Sí, con mi hermano y mis primos en el altillo de los abuelos. Buscaba un lugarcito y esperaba ahí, en silencio. Casi nunca me encontraban.

La verdad que, a veces, me gusta rendirme un poco y dejarme descubrir. Y te tomo de la mano y la ronda vuelve a girar. Y da vueltas… y vueltas… hasta que otra vez, cuando ya me mareo y me pierdo, te suelto y te pido una vez más que apagues la luz.













Laura Vietti | Escapar

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ESCAPAR
Por Laura Vietti





María vive conmigo desde hace un tiempo. No está siempre, a veces sale, y de repente vuelve, y se queda unos días, unas horas o sólo minutos.

Vamos juntas al colegio. Se fue haciendo amiga de mis compañeros. Ahora juega con ellos en los recreos, la invitan a sus casas. Ella es divertida e inteligente A veces cuando no quiero pasar al frente a decir la lección, va ella. Y la señorita ni siquiera se da cuenta, hasta la llama por mi nombre.

De mí ya casi nadie se acuerda, parece que no existo. Me confunden con ella y me dicen: “Estás rara…. ¿Qué te pasa?” Yo prefiero no contestar. Mejor si no se acuerdan de mí. Es muy difícil ser yo, y si bien a veces le tengo un poco de envidia a María (ella es todo lo que yo quisiera ser),me doy cuenta de que gracias a ella puedo hacerme a un lado y no enfrentar lo que me da miedo.

Hace dos meses, más o menos, que mamá y papá nos llevan a hablar con un señor muy amable. Los martes. Al principio no me gustaba, porque preguntaba muchas cosas que yo no podía contestar. Contestaba María en mi lugar. Pero de a poco me fui animando, y ahora hablamos las dos. Lo increíble es que él nos reconoce, sabe cuándo soy yo y cuándo es ella.

Lo que no entiendo es por qué dice que nos va a ayudar. ¿Ayudar a qué?












Jaquelina Andrea Tapia | Diálogo de ángeles y demonios

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DIÁLOGO DE ÁNGELES Y DEMONIOS
Por Jaquelina Andrea Tapia





Al entrar al lugar, oscuro y tenebroso, todos lo miraban. Algunos, con asombro; otros, con despecho. Nadie podía creer que el autor de sus vidas estuviera ante sus ojos. Rosas, Quiroga, César, Don Quijote, Perón y muchos más lo miraban anonadados. Nadie se atrevía a acercarse a este hombre excesivamente culto, medio bajo, de pelo blanco y con un bastón muy particular en la mano.

Él caminaba despacio para no llamar la atención. De repente Don Quijote se atrevió:

- ¡Qué orgullo, señor, es tenerlo ante nosotros al fin! Usted es un mito en este lugar, un creador de sueños, fantasías, realidades y verdades ocultas.
La imagen de aquel hombre aceptó el desafío:
- No fui yo. Fueron ustedes que a través de mi pasión dieron a conocer sus historias “reales”, repetitivas por cierto.
En ese momento Quiroga murmuró:
- ¿Tiene miedo de estar en este lugar? ¿Tiene miedo de estar muerto? Porque nunca nadie me explicó lo que eso significa. Nadie me explicó lo que es “temer”.
- No – contestó el hombre- yo morí de anciano. Además no pasé lo que ustedes. Todo lo viví a través de mis palabras. No sé lo que es el miedo. Mi padre me explicaba esas batallas, en las que ustedes estuvieron, sobre la mesa familiar y con migas de pan. Toda mi vida pensé en ejércitos y barcos, en héroes y en batallas, como migas de pan.
Rosas, enfurecido y frunciendo el ceño, le contestó:
- ¡Cómo puede hablar de nuestras vidas como si fueran mentiras! ¡Fuimos héroes! ¡Somos héroes! Y usted en sus “cuentitos” nos ha degrado. Nadie nos olvidará, siempre estaremos vivos.
El anciano (Georgie le decían de pequeño) contestó sonriendo:
- Sí, en eso estoy de acuerdo con usted, siempre estarán vivos porque cuando “todo” del muerto se haya olvidado, el recuerdo de su voz perdurará, inconfundible, extrañamente viva, para repetirse en una nueva escena.

No hablaron más porque en ese momento Alguien lo llamó para que seguir caminando hacia el final del sendero. Sólo él, hacia la luz.











Cecilia Berchansky | Desapariciones

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DESAPARICIONES
Por Cecilia Berchansky





Silencio.
Golpes en la puerta. Pasos furtivos. Gritos ahogados.
Vecinos que dejan de ser. Amigos que dejan de estar. Familiares que dejan de existir.
Despedidas sin entierro, entierros sin despedida.
Ruidos, voces, algo que se cae.
Cuerpos. Gritos. Llantos. Insultos. Tiros. Risas.
Más cuerpos.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Silencio.











Juliana Rodríguez Costello | Vida circular

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VIDA CIRCULAR
Por Juliana Rodríguez Costello





Escuché decir que la unidad del tiempo es el segundo y que lo segundo sigue en el orden a lo primero y que lo primero es lo primero y hay que respetar el orden y que el orden no es lo mismo que una orden y que a las órdenes hay que obedecerlas y que obedecer es hacer la voluntad de quien manda y que mandar es imponer un precepto y que a los preceptos hay que cumplirlos pero que también se pueden cumplir años y que los años están formados por meses y los meses por días y los días por horas y las horas por minutos y los minutos por segundos, que según escuché, son la unidad del tiempo.











Lucas Skoblar | Sin título

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SIN TÍTULO
Por Lucas Skoblar





El ambiente se llena de un aroma acogedor y los rayos del sol que se filtran por la ventana ya alcanzan su delicado cuerpo y lo rozan con ternura. El calor se apodera de todo su ser, pero es un calor placentero, un calor al que le gusta someterse una y otra vez para el gozo de su esposo y también para gozo propio.

Se suelta el pelo, se seca las gotas de transpiración que ruedan por su rostro y extiende los brazos hacia atrás para así quitarse esa prenda que ya sentía que sobraba sobre su cuerpo. Comienza a irradiar vapor y se encuentra jadeando involuntariamente.

De pronto mira hacia abajo y sonríe. Allí está lo que está buscando, allí está lo que la acalora tanto. Baja su mano y sostiene con fuerza esa forma cilíndrica. Luego comienza a moverla suavemente, pensando en el gozo que sentiría su esposo.

De repente, cuando lo oye entrar, suelta el cucharón y, aprovechando que ya se había sacado el delantal, toma la olla con sopa y se dirige a la mesa:

-¡Roberto, ya está la comida!












Marisa Zachinno | La espera

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LA ESPERA
Por Marisa Zachinno





El cielo gris plomizo y la llovizna que caía sobre los ventanales de la vieja casona tornaban aún más triste y melancólica la tarde de aquel interminable invierno.

La soledad y esa eterna tristeza le dolían en el alma.

Tantas veces se había repetido la escena, tantas veces la dama de negro, paciente y etérea había visitado la casa para acompañar a cada uno de sus seres queridos a su morada definitiva. Pero ella seguí allí, Amanda sería testigo de la partida de cada uno de los miembros de su familia. En silencio los sentiría sufrir, llorar, enfermar y finalmente alejarse…

Aquella tarde sería quizás diferente, solo su madre habitaba la casa y con su partida, Amanda podría al fin después de tan larga espera, liberarse.

Faltaban pocos minutos para la hora anunciada, su madre dormía sin saber que ya no despertaría y ella sentía una mezcla de dolor y alivio al creer que por fin abandonaría la vieja casona. Veinte años habían transcurrido de aquella trágica noche en que un solo disparo certero, decisivo había terminado con su vida dejando a todos sumidos en el más profundo dolor, el mismo tal vez que sentiría ella después, tantas veces ante la partida de cada uno de ellos.

Había pasado mucho tiempo y ya no recordaba cuantas veces se había arrepentido de aquella estúpida decisión que la tenía hoy atrapada, esperando…

El invierno estaba llegando a su fin, la vieja casona ahora pintada y reciclada se preparaba para recibir a los nuevos habitantes. La familia estaba feliz, por fin después de mucho recorrer habían encontrado tan acogedora vivienda. Mientras el matrimonio acomodaba los muebles de la sala en la planta baja, los niños recorrían las habitaciones al final de la escalera.

_ “¡Mamá!, arriba hay una señora, dice que se llama Amanda…”












Sebastián Lecuona | El último concierto

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EL ÚLTIMO CONCIERTO
Por Sebastián Lecuona





No cabría lugar a imperfecciones. Llevaba semanas preparando todo con obsesiva minuciosidad. Aquella noche sería su último concierto.

La gente ya había comenzado a invadir las gradas como malones desesperados; los primeros en llegar tendrían las mejores ubicaciones. Los badajos de las campanas de la catedral oscilaron con vigor marcando las diez, y el clamor se acrecentó en el aire caliente del verano. El concierto comenzaría en media hora.

Mientras tanto, el pianista se peinaba con cuidado los pocos cabellos que le quedaban y se aseguraba de que el traje negro no tuviese pliegues. No se perdonaría nunca dar un concierto estando desaliñado. Repasó por última vez el plan, se miró el cuerpo enjuto en el espejo y salió de la habitación.

Cuando apareció en la sala con la frente en alto, el público aplaudió con frenesí, extasiado. Hizo una reverencia histriónica. Reinó el silencio. Midió con cautela la altura de la banqueta y la distancia con el piano, colocó un paño sobre ella con cuidado, y se sentó. Carraspeó tres veces, se tronó los dedos y ejecutó el inicio de la sonata.

Las melodías se desplegaron dulcemente. Resonaron acordes de ensueño y escalas de colores. La dinámica hizo malabares; y poco a poco fue aumentando la velocidad. Las notas se ejecutaron con más fuerza. La sonata se tejía armoniosamente, como una odisea onírica. Un alud de virtuosismo fue arrasando con las teclas bruñidas. El público no respiraba; alguno lloró. El pianista livideció; el sudor de la frente caía sobre sus manos. Para cuando llegó el último movimiento, el ambiente se había tornado volcánico. Una vertiginosa progresión de notas anunció el final de la obra. El pianista aplastó las teclas con las manos como garras, ejecutando el acorde que detonaría el fin.

Un mar de fuego regó la sala en un segundo, borrando para siempre los rostros de los presentes. Las llamas se expandieron por toda la catedral como un dominó infernal; al cabo de unos minutos sólo se oyó el sonido de las butacas chamuscándose y el eco lejano de un acorde mortal.













Graciana Petrone | El Fin

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EL FIN
Por Graciana Petrone





Y aún temiendo que la venganza poseyera los dominios, jamás desistimos del deseo de esparcir las mieles por el mundo.

Profundamente creímos desposeernos de esta esclavitud de vástago y cuando más aún intentábamos amarnos resultaba que amanecíamos sobre un lecho de blasfemias.

¿Quién dijo que los atardeceres sin mentiras son perdurablemente eternos...?















Néstor Colón | Sueltos a la noche "2"

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SUELTOS A LA NOCHE "2"
Por Néstor Colón






Una avenida tan amplia que necesita de cuatro manos, será por eso que me queda grande.

Las dos y monedas en mi reloj. Hora en que la noche afina su trabajo. Apaga las luces y los ruidos innecesarios, y me deja sin ninguna prueba de que pueda pasar un colectivo que me rescate de este anonimato. La oscuridad es anónima, nunca exhibe el nombre de su autor; sólo el silencio escribe sus memorias y la fe garabatea sus ficciones.

Porque la fe, a cierta hora, fermenta sola, como esos organismos unicelulares llamados hongos. Por eso, por precaución, siempre se la deposita fuera de uno. Yo, por ejemplo, la deposito en la llegada de algún vehículo, tenga ruedas, alas o piernas de mujer.

Pero ella sólo dibuja siluetas, como la de un colectivo vacío.

















Claudio V. González | La Amenaza

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LA AMENAZA
Por Claudio V. González (Sindari)







Le oí. Estaba detrás mío. Casi hasta podía calcular exactamente el punto en que se encontraba.

Le odié. Le odié desde lo más profundo de mi ser, desde entrañas de las entrañas cuya existencia ignoran los fisiólogos.

Su escandaloso grito era una señal que no podía ignorar, y eso era lo que más me molestaba. Sabía perfectamente qué tenía que hacer, pero algo en mí lo impedía.

No eran los escrúpulos, no era el temor. Ni siquiera el pudor. Era algo más fuerte aún, más insondable, más inexpresable, algo que no puede ser descripto en su verdadera dimensión.

Ella también lo notó. Estábamos abrazados y su primera reacción fue salir de entre mis brazos, pero la retuve. Me respondió con un codazo en las costillas. "Dale", fue su lacónica explicación, condenándome a hacer lo que ambos sabíamos que era mi deber por esos pactos no escritos según los cuales las parejas dan por sentadas las reacciones en las situaciones extremas, y el carácter protector del hombre me condenaba a enfrentar la situación sin postergarla más, ahogando el grito monstruoso que en ese momento se hacía intolerable.

Junté valor, todo el que pude en un instante.

Expuse mi brazo al peligroso universo que se interponía entre eso y nosotros, y finalmente lo hice: apagué el despertador.

Obviamente, seguí durmiendo.















Melina Cavalieri | Carlitos

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CARLITOS
Por Melina Cavalieri





Carlitos pasa, tranquilo y solo, jugando con una rueda de bicicleta que supo encontrar en el basural aquel, tras el chaperío que conforma el barrio. Sueña con camisetas azul y oro con el diez en la espalda y también sueña con cuadernos de hojas blancas y pulcras que llevan un diez con rojo.

Mientras pasea su rueda vieja por caminos estrechos con rastros de lluvia, sabe, a la corta edad de ocho años, que los milagros no le suceden a gente como él y se resigna a una vida pobre y sucia como lo hacen su madre, su padre, sus abuelos...

Algunas veces en el rincón oscuro de la casilla que le toca para dormir, llora cuando el frío le cala hondo y el estómago le reclama otro pedazo de pan.

Pero hoy Carlitos lleva ensueños en el alma, patea una pelota que no existe, convierte y festeja ante un público imaginario.

Entre tanto la rueda, con el último envión lo sigue como si fuera un perro, o un ángel guardián anotando un diez en su cuaderno.













Poqueta, Lordi, Toto y Pancho | Pectus Excavatum

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PECTUS EXCAVATUM
Por Poqueta, Lordi, Toto y Pancho







Elocuencia sin piedad,
con una expresión de fiereza.
Cuenta la leyenda que
en esta sociedad feudal,
hay un hombre que destrona reyes.

Y los entregará a los ángeles o a la muerte,
no a la flaqueza de su voluntad.

En mi pecho encontrarás una cavidad.
Tan profunda, que sólo podrás imaginar.
Todo parte de una compleja realidad.
Está en vos, ser capaz de comprender.

Un manto
cubre tu nariz
para que los sordos no entiendan
lo que querés decir.

Gota que cae del destierro,
del azul cristalino que sacrifica océanos.
Me interno en las venas del alba,
naufrago
acechante.

Un sentimiento que se parece al miedo,
pero no.
No es miedo,
vacío, más verde.
Vaginas con colmillos danzan entre los tulipanes.
Si, definitivamente eso es el miedo.

Una vez vi una serpiente, y ella me vio a mí.

En mi pecho encontrarás una cavidad.
Tan profunda que sólo la podrás imaginar.
Todo parte de la ordenanza municipal.
Está en vos, ser capaz de comprender.
















Claudio V. González | Lo que busco

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LO QUE BUSCO
Por Claudio V. González (Sindari)







Los cajones revueltos, el colchón cubriendo la mesa de luz, y la ropa amontonada fuera del placard. Ni una puta idea de dónde podría estar.

Llevo años buscando y rebuscando, ordenando y desordenando.
Perdí los días y las noches.
Los meses y los años.
La vida, en suma.

Y aquí estoy, con el último aliento, revisando cada rincón, cada zócalo, cada vuelta de las roscas de los portalámparas, y descubro que ya olvidé lo que busco.
















Néstor Colón | Sueltos a la noche "4"

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SUELTOS A LA NOCHE "4"
Por Néstor Colón







Ya en la precaria seguridad de mi cama, la noche vuelve a comer de mí, de mi texto, para dejarme a solas con la palabra nadie.

Luego me parte al medio, y ese otro, el que nunca duerme, me falsifica el aire, me ahoga con el peso muerto de lo perdido.

Ofrezco, a cambio, el peso devaluado de mi cuerpo como prenda de silencio, como inversión para un futuro luto. Y entre esas baratijas de un comercio nocturno, me deja su propina: para cuando abras los ojos -parece decir-.
















Graciana Petrone | Los Náufragos

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LOS NÁUFRAGOS
Por Graciana Petrone






Para llevarte conmigo tendría que matarte”, dijo. “Y de ser eterno elegiría el mar.”

Y la desnudó. Entre olas la fue envolviendo hasta llevarla donde sólo Dios sabrá tanto misterio. Donde la vertiente más profunda anida, sigilosa. La rítmica sed. La marea…

Fue entonces que la amó. Sereno. Sabio. Mientras la bruma eclipsaba cadenciosa el remanso y una música ancestral se esparcía por su piel. Pero de pronto la besó y le cerró los ojos y una humedad pantanosa le cubrió la frente.

Oscuras turbulencias acudieron al entierro. Los peces y las olas la besaron breve, pero tiernamente…

Se la suele ver danzar entre los náufragos. Y hay cierto sabor a sal, de inmemoriada mansedumbre en sus labios.

Hay un andar descalzo y una voz de mar… vertiginosa y profunda.
















Melina Cavalieri | Cristales

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CRISTALES
Por Melina Cavalieri








Se volvió loco. Sin embargo los que lo conocían bien dicen que no, que a Agustín Mirabal lo alcanzó la desilusión y la nostalgia cuando, situado en la cima de la sociedad, decidió ver la nieve.

No importa qué vaivenes de la vida lo llevaron de una infancia pobre hasta ser casi el dueño del mundo; y no fue en eso en lo que pensó, tampoco en esa mujer envuelta en la eternidad de un cabello rubio que le forzó un adiós en antiguas miserias. No.

Agustín sólo pensaba en la única maravilla verdadera que había podido tocar: su abuela, que le había mostrado una nieve distinta cuando él, aprendiz tierno de la vida, había preguntado, pegoteado de mocos y de ausencias, por ese fenómeno inalcanzable. Ella, con una cesta de jazmines deshojados, pétalo por pétalo, lágrima por lágrima, paría un vuelo finito para él.

Esto era lo que tenía Agustín en la mirada cuando las rodillas se toparon con la inmensidad blanca.

Cuentan que no volvió a ser el mismo, que nadie lo vio sonreír después de eso, que desapareció dejando, entre imperios y soledades, una nota:

“Voy en busca de mi nieve, aquella que huele a jazmines”













Bosque de los Crepúsculos | Episodio 1

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MESA DE LECTURAS
EN EL BOSQUE DE LOS CREPÚSCULOS
Episodio 1








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