María Alejandra Atadía | La Mirada

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“La Mirada”


Cuando iniciamos un viaje
hacia el norte de piedras,
luego al oeste de arenas, para volver atrás y ver todo lo que se puede ver,
regresamos por vocación
al sur de las estrellas,
y entre las aguas de un mar que ya no existe
distinguimos el nuevo día.
Otros ojos,
luciernagales,
preparan la ceremonia del desierto des-esperado.
Entonces sucede la escena,
se recompone el olvido,
la vida pasa,
me veo cuando los veo,
sólo yo,
por ahora,
sólo ellos.






Ella - No tenemos todo el día: apenas unos minutos para recomponer el trayecto del ángel.
Desde aquí divisaré su túnica blanca. El abrazo simulado me dejará ver lo que esconde y se lleva al vuelo.
Como cada vez que se renueva la estirpe, estaremos preparados, como cuando me has dicho que será para que el caos no vuelva a confundirnos.
Ya que la entregaste sin mi consentimiento, ya que la perdiste, ya que la abandonaste… escribamos ahora un texto que la devuelva, que nos la devuelva.
Palabras que refieran su nombre, la cinta de colores de su pelo, el laberinto ágil de sus dedos a la orilla del mar, tan azul como sus ojos.

Él - Hace siglos que lo vengo intentando. Y creo que la última palabra es la que nombre aquella distancia que media entre mi ojo de oscura adversidad hacia tu ojo de irremediable venganza.
Tan lejos estamos. Tu ojo lacerante, de mi ojo ciego.

Ella - Aquel sacrificio inútil que sublimaron los poetas, aquel ritmo impuesto de traición y muerte a los vencidos sin batalla, a través de alguna historia que justificará las ambiciones de honor y gloria, se va descomponiendo en el vaho de la ignorancia.
Sostengo la mirada y te pregunto:
¿Habrá un acto de tu mano que merezca la revolución de las estrellas?
Entonces la vida se lavará con vida
y la muerte será “la respiración y el ritmo de cada universo infinito cada vez que va surgiendo”.


Julio y Julia
en su sala de juegos y ceremonias
se descubren las máscaras
en el preciso instante en que alguien abre la puerta:
el enemigo acecha, el mundo estalla nuevamente, el silencio está cautivo.
Prolijamente, los aprendices de teatro, cuelgan sus túnicas que simulan túnicas griegas.
Sus máscaras no; no pueden prescindir de sus máscaras. Son “personas” de este mundo en-mascar-hado.
Pero a veces,
se atreven a apagar la luz
y a ver con otra,
la que no tiene nombre aún,
luz de otros ojos,
entreojos,
sobreojos,
desde donde pueda nacer
la mirada que por fin nos merezca.
Julio y Julia salen al día de cada día
y se ven crecer entre los despojos de tanta oscuridad.
Ni ángeles ni desniveles de aire
cargan en sus mochilas.
“-Tenés el corazón abierto. Se te derrama la voz en ese corazón.
Late, late cuando vamos juntos.”
“-Entonces sabés quién soy, de dónde vengo.”
“-¿Entonces?”
“-Nada. Eso.”


Presiono la cuerda/pulso contra polvo/voz y mi voz en el viento/
del viento llego con eco/araño las palabras/que me juzgo claras/la noche previene/
la desgarrada mirada/que sobrevive caos/voy pasando/
vuelvo.


Julio - Todos somos los fragmentos de las historias prometidas
y las distancias se acortan
cuando vuelvo a mirarme
y te miro.

Julia - Y que tu mirada me duerma
en la fosforescencia de aquel mar
tan verde,
tan azul,
tan oscuro y adverso,
tan verde,
tan azul.

Y que tu mirada me duerma
tan verde,
tan azul,
tan verde,
tan azul…















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