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DIÁLOGO DE ÁNGELES Y DEMONIOS
Por Jaquelina Andrea Tapia
Al entrar al lugar, oscuro y tenebroso, todos lo miraban. Algunos, con asombro; otros, con despecho. Nadie podía creer que el autor de sus vidas estuviera ante sus ojos. Rosas, Quiroga, César, Don Quijote, Perón y muchos más lo miraban anonadados. Nadie se atrevía a acercarse a este hombre excesivamente culto, medio bajo, de pelo blanco y con un bastón muy particular en la mano.
Él caminaba despacio para no llamar la atención. De repente Don Quijote se atrevió:
- ¡Qué orgullo, señor, es tenerlo ante nosotros al fin! Usted es un mito en este lugar, un creador de sueños, fantasías, realidades y verdades ocultas.
La imagen de aquel hombre aceptó el desafío:
- No fui yo. Fueron ustedes que a través de mi pasión dieron a conocer sus historias “reales”, repetitivas por cierto.
En ese momento Quiroga murmuró:
- ¿Tiene miedo de estar en este lugar? ¿Tiene miedo de estar muerto? Porque nunca nadie me explicó lo que eso significa. Nadie me explicó lo que es “temer”.
- No – contestó el hombre- yo morí de anciano. Además no pasé lo que ustedes. Todo lo viví a través de mis palabras. No sé lo que es el miedo. Mi padre me explicaba esas batallas, en las que ustedes estuvieron, sobre la mesa familiar y con migas de pan. Toda mi vida pensé en ejércitos y barcos, en héroes y en batallas, como migas de pan.
Rosas, enfurecido y frunciendo el ceño, le contestó:
- ¡Cómo puede hablar de nuestras vidas como si fueran mentiras! ¡Fuimos héroes! ¡Somos héroes! Y usted en sus “cuentitos” nos ha degrado. Nadie nos olvidará, siempre estaremos vivos.
El anciano (Georgie le decían de pequeño) contestó sonriendo:
- Sí, en eso estoy de acuerdo con usted, siempre estarán vivos porque cuando “todo” del muerto se haya olvidado, el recuerdo de su voz perdurará, inconfundible, extrañamente viva, para repetirse en una nueva escena.
No hablaron más porque en ese momento Alguien lo llamó para que seguir caminando hacia el final del sendero. Sólo él, hacia la luz.
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