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LA AMENAZA
Por Claudio V. González (Sindari)
Le oí. Estaba detrás mío. Casi hasta podía calcular exactamente el punto en que se encontraba.
Le odié. Le odié desde lo más profundo de mi ser, desde entrañas de las entrañas cuya existencia ignoran los fisiólogos.
Su escandaloso grito era una señal que no podía ignorar, y eso era lo que más me molestaba. Sabía perfectamente qué tenía que hacer, pero algo en mí lo impedía.
No eran los escrúpulos, no era el temor. Ni siquiera el pudor. Era algo más fuerte aún, más insondable, más inexpresable, algo que no puede ser descripto en su verdadera dimensión.
Ella también lo notó. Estábamos abrazados y su primera reacción fue salir de entre mis brazos, pero la retuve. Me respondió con un codazo en las costillas. "Dale", fue su lacónica explicación, condenándome a hacer lo que ambos sabíamos que era mi deber por esos pactos no escritos según los cuales las parejas dan por sentadas las reacciones en las situaciones extremas, y el carácter protector del hombre me condenaba a enfrentar la situación sin postergarla más, ahogando el grito monstruoso que en ese momento se hacía intolerable.
Junté valor, todo el que pude en un instante.
Expuse mi brazo al peligroso universo que se interponía entre eso y nosotros, y finalmente lo hice: apagué el despertador.
Obviamente, seguí durmiendo.
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