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LOS NÁUFRAGOS
Por Graciana Petrone
“Para llevarte conmigo tendría que matarte”, dijo. “Y de ser eterno elegiría el mar.”
Y la desnudó. Entre olas la fue envolviendo hasta llevarla donde sólo Dios sabrá tanto misterio. Donde la vertiente más profunda anida, sigilosa. La rítmica sed. La marea…
Fue entonces que la amó. Sereno. Sabio. Mientras la bruma eclipsaba cadenciosa el remanso y una música ancestral se esparcía por su piel. Pero de pronto la besó y le cerró los ojos y una humedad pantanosa le cubrió la frente.
Oscuras turbulencias acudieron al entierro. Los peces y las olas la besaron breve, pero tiernamente…
Se la suele ver danzar entre los náufragos. Y hay cierto sabor a sal, de inmemoriada mansedumbre en sus labios.
Hay un andar descalzo y una voz de mar… vertiginosa y profunda.
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