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Bienvenidos sean ustedes a las “Microfricciones del Hacer”, lugar donde se publican al éter algunos decires que derivan por los meandros del universo fabulario y otros andurriales.
Esta noche, hemos hurtado un pedazo del alma escritural de un tipo. De un tipo que supo naufragar en Almarmira y que, soñando entre viejas clepsidras, decía a los despiertos: “No saben de olas encrespadas, de pegar con la nuca contra el suelo de arena, de salir del mar atontados pero vivos, de disfrutar una cerveza al borde de vaya a saberse qué, de pasar por la vida con algo que contar que tarde más de cinco minutos. De entrar a un libro y no poder salir, de las marcas que el alma pide a gritos para que la soledad se derrumbe a pedazos”.
A este tipo, le afanamos un pedazo de alma escritural que se cuenta, de este modo. Escuchen…
“Lo sabía desde chico. Pero lo fui borrando. Hasta el día cuando nació Buba. Y los vi de nuevo. Desde la ventana del sanatorio. Tan arriba que habría sido imposible no verlos. Se comían las palomas. Los canarios perdidos. Y algún gato viejo. Techos y terrazas para aquel mundo feliz. Lo sabía desde chico y ellos sabían de mí. Pacto de hermetismo del que nada salía y que alguien nuevo firmaba cada anochecer. Así lo sabe quien lo sabe. Y el resto: nada. Y es lo mejor. Nadie quiere una guerra perdida de antemano. Lápidas y cruces en los techos. Crónicas de rencores nuevos. Ya poco lugar nos queda para el odio. Vivían en los techos y me observaban cada noche cuando subía a silbar. Bajito. A la sombra de la luna. Y escribía. Sin hablar. Esta hoja. Sin papel. Y sin carbón”.
Esto fue lo tomamos del alma de este tipo a quien, una efímera parte del universo sabe llamar Múrel, Daniel Rubén Mourelle.
Y ahora, para celebrar las virtudes de tamaño robo, el Señor de los Sonidos invitará a beber del vaso de jugos de durazno invisible a todos los oyentes ausentepresentes. Libere usted, señor, la pandora de esta noche… y vaya a su salud, Mourelle.
Una de las inverosímiles puertas al alma de MOURELLE
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3 comentarios:
Estimados HdPs
No llorar es una suerte... Hay veces cuando no, claro; pero en general sí, es una suerte. Sobre todo porque viene en auxilio cuando parece que las defensas andan bajas —un poco de eso ocurre ahora.
Escribo esto a medida que lo pienso y así sale, a boca de jarro, como puede —que no hay otro modo.
Y me congratulo de ser la excusa para hacerles perder un poco de su tiempo y también el de los oyentes —desprevenidos, quizá; pero no por mucho. Excusa pudiera ser que un tanto exagerada, más por el tiempo perdido —que nunca es suficiente— que por el valor de lo que esconde debajo de un nombre —en este caso, uno de los míos; poco menos que en otros lugares dado que tengo dos o tres más.
Y da gusto —digo— encontrarse con este lugar de donde el resentimiento ha sido expulsado... y puede que se pregunten por qué lo digo... Sí; a ver; ¿por qué lo digo?
Hace tiempo ya que me vengo percatando de que la poesía ocupa, en ciertos espíritus, el lugar de una religión. Y, como a toda fe de tal magnitud, le está llegando el tiempo de inquisición. Por supuesto, pasa que ninguna inquisición que se precie puede llegar lejos sin un despliegue policíaco, al parecer, esta suerte de policía poética ha comenzado ya a dar sus primeros pasos. Pasos que he visto aparecer con algo más de fuerza en los últimos tiempos; tristemente. Muy tristemente.
Como (ya lo saben ustedes, porque se los he dicho) las ficciones (o fricciones) así llamadas breves —o mini (como aquel auto famoso)— se presentan ante mí como poemas que se disfrazan para (quizás) pasarla mejor, creo que lugares como éste vienen a pesar en el otro plato de la balanza, el que se ríe de lo policíaco y socava sus acciones despreciables.
Porque, ya que se la ha mencionado, sabiendo lo que sé hoy, nunca habría hecho Clepsidra —salvo por alguna que otra excepción: dos o tres semillas que prendieron por ahí y algunas vueltas inolvidables en la Colorada.
Me alegra (sin vergüenza) que algunas de esas líneas que se han aparecido en mi camino sirvan de excusa para señalar las fisuras de la realidad para volverla todavía más real (como la realeza apreciada por los arts de Miramar —o Almarmira, como ellos mismos la llaman cuando nadie los ve).
Por eso, en este caso muy especial, no llorar me resulta una ventaja sin la cual no podría haber escrito estas palabras (algo desordenadas) —sencillamente porque no habría podido distinguir las teclas.
Gracias. Gracias. Gracias —nos seguiremos viendo por las calles (como suele decir el buen Lou).
Hasta la pröx.
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por las calles donde fluyen las olas de Almarmira y la creciente porfiada del Río Paranada.
Saludo y Reverencia.
¡Qué lujo esta página!
Quiero andar la cartografía de la Rosa para llegar a las arenas del Mar. Como Almarmira del Sur, como el Río Paranada en los esteros, cualquier universo nos encuentra juntos.
Salut Hacedores y buena letra entre los dedos.
Salut amigos y que la eternidad de sus voces no los detenga.
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