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EL ESTILO DEL DESEO
Ahora que Borges tiene tiempo, suele sentarse en un banco del Parque Alem a conversar con nosotros.
Algunos días, menos sombríos que apacibles, practicamos un juego de palabras. Le recordamos algún fragmento de su memoria y él, entonces, evoca lo que nunca supo.
Mañana, apenas el mundo oculte al sol tras el banal invento del horizonte, le será dicho: “el estilo del deseo es la eternidad”.
Y el viejo Borges, con todo el tiempo en la empuñadura de su bastón, será el testigo que nos cuente:
“En un establo que está casi a la sombra de la nueva iglesia de piedra, un hombre de ojos grises y barba gris, tendido entre el olor de los animales, humildemente busca ser Dios. El hombre desea dejar de ser hombre para ser Dios. Hace ya treinta y tres años que busca. Sentado en ese establo y en compañía de animales que conocen cada uno de sus sueños, desea. El hombre desea dejar de ser hombre para ser Dios.
El toque de oración lo despierta. Su cuerpo ya no es su cuerpo. Es ahora y al fin, un extraño. Ahora, sin mediar conjetura ni libro. Ya, en la más feroz definición de un instante, es Dios. Es Dios a la sombra de la nueva iglesia de piedra.
Los animales del establo, espantados por la presencia de ese extraño al que desconocen, lo atacan hasta darle muerte. Alguien dirá más tarde, tal vez sentado en el banco de un parque: Alegoría del que ha venido treinta y tres años después”.
Y entonces, el viejo Borges, sonriendo como quien recupera una nostalgia adolescente citará al que se guarda fósil en los rincones de alguna biblioteca:
“Bien podría decir este ser extraño en su agonía: ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo?”
“El estilo del deseo es la eternidad”, hasta el fin de los cuentos.
“El estilo del deseo”, escena del Teatro de Cuentos de la Biblioteca Fabularia,
compilada por el Grupo Editor de Sueños de la Ciudad de la Rosa y el Río.
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