María Alejandra Atadía | La Espera

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“Cuadros de la espera”


Las historias y sus motivos
se confundirán ahora
porque los espejos son siempre ajenos
y esos otros que no soy yo
que van a las plazas o a los corredores o a las esquinas abandonadas
o a los baldíos del recuerdo o a las salas de acordeones
(donde se suceden los teatros de cuentos)
esos otros digo,
esperan acomodados en sus ramas, claraboyas, cornisas y butacas,
que la función comience.
Cambian su ropa,
de piel y de voz;
se cambian,
desaparecen y esperan la señal.
De mí,
nada.

Primer ángulo:
Tomada la plaza,
los bancos de piedra, los perros callejeros, los gorriones, las carpas de fuego,
los manteles de acuarela y sus pinceles mágicos,
las hamacas de otros niños, la calesita de los patos y las risas aquéllas (las risas aclaro
no la carcajada),
deslizándose como en el tango,
en esa penumbra,
tomada la plaza,
una gran boca de tierra
dirá los nombres de sus nombres:
Petrolino triste-o-perdido-melancólico-río-de-soledad,
Pollichinela torpe-con-su-pie-de-lata-y-su-cuerpo-de-ballena,
Pantaleone grande-que-pianta-como-un-león-melena-de-trapo-rock,
Arlequino pobre-que-nunca-deja-de-aprender--salta-por-su-profunda-mirada-salta-va-y-viene,
la Colombina roja-de-su-talle-rojo-y-sus-carnes-de-paloma,
Arlequina que-no-estará-cuando-nos-vamos.
Los otros juegan a ser público
y recuerdan el día en que han nacido.
De mí,
aún nada.
Y sus máscaras cobran vida en nuestros pueblos,
y no hay más vida que prolongarse en esas máscaras.
La plaza está tomada, la revolución de los pueblos se esparce entre zancos y papeles de color,
los personajes de la comedías compartirán la semilla de una vieja canción,
muy vieja canción.
Hay que cantarla.
Otro ángulo:
Desprendida la luz de todos los faroles que rodean al puerto,
en la caliente noche que se apropia de todas las piedras arrojadas,
(si sabré de piedras),
refugiados en el zaguán de aquella casa,
Juan y Leda estampan los besos de otros besos
antes de que la sirena permanente los disgregue:
nada es para siempre – repiten-
nada, salvo esta noche.
Entonces,
de mí,
aparece algo.
Desde el sillón de mimbre vislumbro
que huyen
o se cuelgan en las puertas de hierro.
Y llamo,
y me responden desvanecidos,
deslenguados.

Periferia:
Entre la Gran Muralla de Aguas Planas
y sobre la mesa de pino
se levanta el gran teatro;
máscaras de viento, polleras rojas y cintas blancas,
río blanco,
poncho blanco,
pañuelo blanco,
sombra blanca,
que trae las palabras otras
y los silencios.
El Hacedor de Caminos
piensa que éste es su turno
y juega:
-“Sáquese el sombrero Juan
que debajo está la red
que sostendrá una entereza rota
de armonías torcidas,
ya verá Juan,
ya veremos”.
Y Juan observa las aguas vivas del último ángulo del pueblo apasionado.
Las cosas se ofrecen para la procreación de pequeños universos infinitos
y yo,
aún estoy iluminando
la profundidad de los ojos abiertos.
De mí,
todo.

Respetable público,
con el barro de la orilla
prendemos las historias en una hoja de papel
y creemos que vivimos,
esperando la huella.
Al final del libro,
del salón, de los corredores,
o de este ritmo de sangre,
espero,
como cada día
espero,
desde el otro espejo
te espero.







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1 comentario:

Javier dijo...

Detrás de uno de esos espejos me escondo yo y te miro. Miro tus palabras para que me dejes entrar en ellas y para poder descubrirme. Me dejo llevar al silencio del espejo al silencio donde ninguna palabra refleja nada y todas dicen lo que hay que decir. Gracias por compartir tu voz!